La Palabra de Dios es Jesucristo, centro de la Sagrada Escritura y centro de la historia humana. Por esta razón, la Palabra de Dios proclamada ahora en la liturgia, debe celebrarse en el acontecimiento que nos ha reunido y que hace de la historia de nuestra Arquidiócesis una historia de salvación.
Los textos que hemos escuchado pueden sintetizarse en dos ideas fundamentales:
Si quisiéramos celebrar esta Palabra —mensaje eterno de salvación— en el acontecimiento eclesial que hemos estado viviendo en esta primera Asamblea Diocesana, podríamos decir —como un anuncio gozoso— que hoy, aquí y ahora, en medio de nosotros, esa Palabra de Dios se está cumpliendo.
En efecto, sectorizar pastoralmente es edificar la Iglesia en la Ciudad de México en los barrios populares, en las colonias obreras, semiresidenciales o residenciales; es construir la Iglesia como comunidad que se encarna en ambientes diversos, para que cada quién ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buen administrador de los dones de Dios.
En seguida el Señor Arzobispo se refiere al esfuerzo cada ves más esperanzador de construir el Decanato como una verdadera estructura eclesial, en donde las parroquias, sus agentes y recursos se ponen a disposición del servidio evangelizador de la Ciudad.
Ahora bien, el edificar la Iglesia, en este caso la Arquidiócesis de México, como comunidad corresponsable, sólo tiene su total cumplimiento si esta Iglesia se hace también corresponsable de la historia humana en nuestra gran Ciudad.
La Iglesia vive para cumplir la misión evangelizadora que ejerce con el poder del Espíritu para que los hombres se hagan discípulos de Jesús y se ponga en práctica el mandamiento nuevo: la caridad, el amor fraterno que viene de Dios y a Dios vuelve; el amor de excelencia que puede ser el móvil para la construcción de un México justo, participativo, democrático y fraterno; en todo esto nuestra Ciudad tiene una especial responsabilidad ante el país.
La situación que estamos viviendo en México, de incertidumbre, temor y, al mismo tiempo de esperanza, está reclamando que la Iglesia, Pueblo de Dios, sea plenamente consciente de su misión, que no es la de competir con los poderes del mundo, sino la de aportar energías evangélicas para su transformación. Son los laicos, de unamanera especial, quienes en esta hora de gracia tienen una responsabilidad necesaria que debe ser iluminada por la moral social que se desprende del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia.
Quiero celebrar con ustedes todos los esfuerzos, por pequeños e insignificantes que pudieran parecer, que se han mencionado en las reuniones de los grupos y los plenarios, de construir la Iglesia de acuerdo a su proyecto de misión y de servicio en el mundo. De este modo ratifico una vez más la importancia de la promoción humana como medio privilegiado de la nueva evangelización.
La Palabra de Dios que se celebra se convierte también en un llamado renovado de conversión. Quiero exhortar a todos: a mis hermanos Obispos en particular, a mis amigos sacerdotes religiosos y diocesanos, a los miembros de los institutos de vida consagrada y a los laicos, a convertirse a los propósitos evangélicos expresados tanto en el conjunto de Decreto General como del Programa Inicial Arquidiocesano que sigue en plena vigencia y de todo el proceso sinodal.
Y termina el Señor Cardenal invocando a María de Guadalupe para que nos siga inspirando en nuestro esfuerzo por llevar el Evangelio hoy, a todos los habitantes de esta Ciudad y, en especial, a los más pobres quienes son privilegiados en comprenderlo y practicarlo.
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